Sin orden, no puede haber nunca trabajo provechoso. El catequista ha de cumplir su misión sobre el fundamento del orden, sin el cual no sería posible la atención indispensable para que sea retenido lo que se explica. Por eso, hace falta que su autoridad se imponga o que se haga respetar, cosa que fácilmente se obtendrá consentido común, tacto e ingenio maternal, y particularmente ganando el corazón de los alumnos.

Sentido común

El buen catequista nunca de chillar ni impacientarse, teniendo presente aquello de que "a son de timbales no se cogen liebres". Hay catedráticos que con un sencillo golpe de lápiz encima de la mesa, pasando lista don voz bien baja, tiene bastante para hacer callar y tener en orden la clase, mientras que otros con grandes gritos no obtienen nada, si no es el contrario de lo que intentan, y es que éstos carecen de aquel granito de sentido común indispensable a todo pedagogo...

Tacto

Eso es, dándose cuenta de la más insignificante falta de orden, y de cualquier falta de bienestar o de justicia que afecte a los alumnos y, por tanto, procurará corregir siempre estas faltas, mirando de ocultar los defectos a los ojos de aquellos que no están afectados y en cambio usando una señal o una expresión, con la que se den por entendidos únicamente los que han de ser corregidos. Así, por ejemplo: el catequista se da cuenta de que uno habla; de ninguna manera, como hemos insinuado en otro lugar, sería aconsejable que desde el principio fuera llamado por su nombre, fuera amonestado o retado; lo que sí sería laudable y provechoso: comenzar por dirigirle especialmente la mirada, o bien que en general el catequista dijera, intercalándolo con su explicación, que está muy contento con el comportamiento de los alumnos por la atención con la que le escuchan.

Ingenio maternal

Buscando remedio a todo aquello que hay que curar, con ingenio verdaderamente maternal, o sea, con amor, que nada hay tan ingenioso como el amor i se arreglan satisfactoriamente las cosas por costosas y difíciles que de momento puedan parecer. Y este amor será correspondido por los alumnos. Si los alumnos llegan a querernos dignamente, su corazón estará abierto para recibir todo lo que nosotros sembremos y llegará a ser tierra abonada que dará fruto al 30, al 60 y al 100.

Habremos ganado el corazón de los alumnos, para darlo a su amo, que es Dios.

Pero para llegar a eso haría falta: 1º Honrar la propia dignidad, o sea, la alta dignidad del catequista, y 2º Conocer perfectamente la manera de ser de los alumnos.

Manera de honrar dignamente el cargo

Cumpliendo exactamente el propio deber. Así pues:

a) Teniendo todo preparado y ordenado para trabajar, hasta el más mínimo detalle necesario, y aprovechar el tiempo a los alumnos.

b) Siendo constante y puntual tanto en comenzar como en acabar la explicación y no haciendo faltas. Esto demuestra espíritu de sacrificio y llega a ser muestra verdadera de amor al catecismo y a los alumnos.

c) Tratando a los alumnos con dulce seriedad. Esto es: fisonomía amable, compostura digna, trato delicado.

d) Interesándose como una medre, por todo lo que les afecta, considerando como propias sus reclamaciones.

e) Abajándose, haciéndose como ellos, poniéndose a su nivel, pero nunca rebajarse y teniendo siempre presente el ejemplo de Jesús.

f) Mostrándose firme en hacer cumplir las reglas y haciendo respetar el orden. Y haciéndolo con firmeza, que no es severidad. Así., para cumplir el orden es de gran eficacia el silencio del maestro, y, si es necesario hablar, se precisan palabras breves, mesuradas, contadas y con voz baja. Suavidad en la forma y firmeza en mantener el orden. Asimismo, es necesario evitar, por un lado, los afectos particulares a determinados alumnos, una exagerada severidad y, por otro lado, servirse de los alumnos para la propia comodidad.