Jesús, al ver a toda esa muchedumbre, subió al monte. Allí se sentó y sus discípulos se le
acercaron. Comenzó a hablar, y les ensenaba así:
“Felices los que tienen espíritu de pobre, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Felices los que lloran, porque recibirán consuelo.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los que tienen hambre y sed de Justicia, porque serán saciados.
Felices los compasivos, porque obtendrán misericordia.
Felices los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán reconocidos como hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por causa del bien, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Dichosos ustedes cuando por causa mía los maldigan, los persigan y les levanten toda clase de calumnias. Alégrense y muéstrense contentos, porque será grande la recompensa que recibirán
en el cielo”.
Palabra del Señor.
Jesús dijo: “Ustedes son la sal de la tierra. Y si la sal se vuelve desabrida, ¿con qué se le puede devolver el sabor? Ya no sirve para nada sino para echarla a la basura o para que la pise la gente.
Ustedes son la luz del mundo. No se puede esconder una ciudad edificada sobre una ciudad edificada sobre un cerro. No se enciende una lámpara para esconderla en un tiesto, sino para ponerla en un candelero a fin de que alumbre a todos los de la casa.
Así, pues, debe brillar su luz ante los hombres, para que vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre de ustedes que está en los Cielos”.
Palabra del Señor.
“No es el que me dice: ¡Señor!, ¡Señor!, el que entrara en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre del Cielo. El que escucha mis palabras y las practica es como un hombre inteligente que edifico su casa sobre la roca. Cayo la lluvia a torrentes, sopló el viento huracanado contra la casa, pero la casa no se derrumbó, porque tenía los cimientos sobre la roca.
En cambio, el que oye estas palabras sin ponerlas en práctica es como el que no piensa, y
construye su casa sobre la arena. Cayo la lluvia a torrentes, soplaron los vientos contra la casa, y esta se derrumbó con gran estrépito”.
Cuando Jesús termino estos discursos, lo que más había impresionado a la gente era su modo de ensenar, porque hablaba con autoridad y no como los maestros de la Ley que tenían ellos.
Palabra del Señor.
“No es el que me dice: ¡Señor!, ¡Señor!, el que entrara en el Reino de los Cielos, sino el que
hace la voluntad de mi Padre del Cielo. El que escucha mis palabras y las practica es como un hombre inteligente que edifico su casa sobre la roca. Cayo la lluvia a torrentes, sopló el viento huracanado contra la casa, pero la casa no se derrumbó, porque tenía los cimientos sobre la roca.
Palabra del Señor.
Se le acercaron unos fariseos, con ánimo de probarlo, y le preguntaron: “¿Está permitido al
hombre despedir a su esposo por cualquier motivo?” Jesús respondió: “¿No han leído que el Creador en el principio, los hizo hombre y mujer y dijo: El hombre dejara a su padre a su madre, y se unirá con su mujer y serán los dos uno solo? De manera que ya no son dos, sino uno solo.
Pues bien, lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre”.
Palabra del Señor.
Uno de ellos, un maestro de la Ley, trato de probarlo con esta pregunta: “Maestro, ¿Cuál es el mandamiento más importante de la Ley?” Jesús le respondió: “Amaras al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el primero y el más importante de los mandamientos. Y después viene otro semejante a este: Amaras a tu prójimo como a ti mismo. Toda la Ley y los Profetas se fundamentan en estos dos mandamiento”.
Palabra del Señor.
“Pero la Biblia dice que el principio, al crearlos, Dios los hizo hombre y mujer. Por eso dejara el hombre a su padre y a su madre para unirse con su esposa y serán los dos uno solo. De manera que ya no son dos, sino uno solo. Pues bien, lo que Dios unió, que no lo separe el hombre”.
Palabra del Señor.
A los tres días se celebraron unas bodas en Caña de Galilea, y la madre de Jesús era de la fiesta.
También fueron invitados a las bodas Jesús con sus discípulos. Se acabó el vino de las bodas y se quedaron sin vino. Entonces la madre de Jesús le dijo: “No tienen vino”. Jesús respondió:
“Mujer, ¿cómo se te ocurre? Todavía no ha llegado mi Hora.
Su madre dijo a los sirvientes: “Hagan todo lo que él les mande”. Había allí seis jarrones de piedra, de los que sirven para los ritos de la purificación de los judíos, de unos cien litros de capacidad cada uno. Jesús indico a los sirvientes: “Llenen de agua esas tinajas”. Y las llenaron hasta el borde. “Saquen ahora, les dijo, y llévenle al mayordomo para que lo pruebe”. Y ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua cambiada en vino, sin saber de dónde lo habían sacado; los sirvientes sí que lo sabían, pues habían sacado el agua. Llamo al esposo y le dijo:
“Todo el mundo pone al principio el vino mejor, y cuando todos han bebido bastante se sirve un vino inferior; pero tú has dejado el mejor vino para el final”.
Esta señal milagrosa fue la primera, y Jesús la hizo en Caña de Galilea. Así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él.
Palabra del Señor
Yo los he amado a ustedes como el Padre me ama a mí: permanezcan en mi amor. Si guardan mis mandamientos, permanecerán en mi amor, así como yo permanezco en el amor de mi padre, guardando sus mandatos.
Yo les he dicho todas estas cosas para que participen en mi alegría y sean plenamente felices.
Ahora les doy mi mandamiento: Ámense unos con otros, como yo los amo a ustedes.
Palabra del Señor.
Mi mandamiento es este: Ámense unos con otros, como yo los amo a ustedes. No hay amor
más grande que este: dar la vida por sus amigos.
Ustedes son mis amigos si cumplen lo que les mando. Ya no les diré servidores, porque un
servidor no sabe lo que hace su patrón. Les digo: amigos, porque les he dado a conocer todo lo que aprendí de mi padre. Ustedes no me escogieron a mí. Soy yo quien los escogí a ustedes y los he puesto para que produzcan fruto, y ese fruto permanezca. Y quiero que todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se los dé.
Palabra del Señor.
No ruego solamente por ellos, sino también por todos aquellos que por su palabra creerán en mí. Que todos sean uno como tú. Padre, estas en mí, y yo en ti. Sean también uno en nosotros:
así el mundo creerá que tú me has enviado.
Esa gloria que me diste, se la di a ellos para que sean uno como tú y yo somos uno. Así seré yo en ellos y tú en mí, y alcanzaran la perfección en esta unidad. Entonces el mundo reconocerá que tú me has enviado y que yo los he amado como tú me amas a mí.
Esos que me has dado, Padre, yo quiero que allí donde estoy yo, estén también conmigo y contemplen la gloria, que tú me diste, porque me amabas, antes que comenzara el mundo.
Padre, Justo, el mundo no te ha conocido, mientras que yo te conocía, y estos a su vez han conocido que tú me has enviado. Yo les he ensenado tu Nombre y seguiré ensenándolo; y así, el amor con que me amaste estará en ellos y yo también estaré en ellos.
Palabra del Señor.
No ruego solamente por ellos, sino también por todos aquellos que por su palabra creerán en mí. Que todos sean uno como tú. Padre, estas en mí, y yo en ti. Sean también uno en nosotros:
así el mundo creerá que tú me has enviado.
Esa gloria que me diste, se la di a ellos para que sean uno como tú y yo somos uno. Así seré yo en ellos y tú en mí, y alcanzaran la perfección en esta unidad. Entonces el mundo reconocerá que tú me has enviado y que yo los he amado como tú me amas a mí.
Palabra del Señor.