CHIARACon motivo de estos días de oración por la unidad de los cristianos, incluimos varias reflexiones de Chiara Lubich en torno a la unidad y el ecumenismo.

-"El tiempo presente le exige a cada uno de nosotros amor, unidad, comunión, solidaridad. Y llama también a las Iglesias a recomponer la unidad lacerada desde hace siglos... Es el primer paso, necesario, hacia la fraternidad universal con todos los hombres y las mujeres del mundo".

-24 de mayo de 1961 Chiara anotó en su diario: "La voluntad de Dios es el amor recíproco. Por lo tanto para suturar esta ruptura es necesario amarnos".

-"Habiendo puesto, en la base de nuestra vida, la mutua, radical y continua caridad, Jesús está así presente en medio nuestro para llevarnos a decir con san Pablo: '¿Quién nos separará del amor de Cristo?' (Rm 8, 35). 'Nadie podrá separarnos' porque es Cristo quien nos une".

-La espiritualidad de la unidad, vivida en lo cotidiano, hace por lo tanto caer los prejuicios de siglos, y suscita un "diálogo de la vida". Como ha dicho Chiara Lubich al Consejo Mundial de Iglesias: "por ello nosotros nos sentimos ya en familia; sentimos que componemos entre nosotros, de distintas Iglesias, un pueblo cristiano que involucra no sólo a laicos, sino también a sacerdotes, pastores, obispos, aun si todavía se ha de componer la plena y visible comunión entre nuestras Iglesias. No es un diálogo que se contrapone o se yuxtapone al de las llamadas cumbres o responsables de las Iglesias, sino un diálogo en el que los cristianos pueden participar. Es como levadura que reaviva entre todos el sentido que -siendo cristianos y bautizados, con la posibilidad de amarnos- todos podemos contribuir a la realización del Testamento de Jesús: «Que todos sean uno».

-Pero como sabemos, tender a la unidad no es fácil. Para realizar las palabras «Que todos sean uno» (cf. Juan17,21), Jesús en la cruz con su grito «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mateo 27,46) revela su amor ilimitado hacia todos, y nos indica el camino de la unidad para revivirlo, para imitarlo. Gracias a Jesús abandonado, reconocido y acogido en cada dolor y desunidad como nuestro único bien (Salmo16,2) la unidad no es más una utopía.

-A pesar de la falta de la comunión plena entre las Iglesias, advertí que entre estas personas -anglicanos, católicos, metodistas, bautistas, miembros de las Iglesias libres- lo que nos unía era más fuerte que las diferencias. Éramos un corazón solo y un alma sola por el Evangelio de la unidad que vivimos juntos, una porción de cristiandad viva. Conociéndonos y viviendo la misma espiritualidad, teniendo a Jesús y su luz entre nosotros, se valoraba al máximo el hecho de ser todos miembros del Cuerpo místico de Cristo por el común bautismo.